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DE AQUAEDUCTU ATQUE AQUA URBIUM LYCIAE PAMPHYLIAE PISIDIAE
The Legacy of Sextus Julius Frontinus
Antalya (Turquía), noviembre 2014
Isaac Moreno Gallo © 2015
TRAIANVS © 2015
Resumen
Los abastecimientos de agua
potable a las poblaciones romanas estaban formados por conducciones subterráneas,
la mayoría de ellas diseñadas para su funcionamiento a presión con tuberías de
diversos materiales. Éste puede ser el principal motivo del desconocimiento de
la mayoría de ellos, ya que las tuberías metálicas fueron saqueadas
sistemáticamente tras la caída del Imperio.
La fuente universal de
suministro de agua para el consumo humano eran los manantiales de agua
abundante, constante y de calidad. Las presas no eran adecuadas para este fin y
debemos de concluir en función de las últimas investigaciones que no se usaron
para ello.
La mayoría de los acueductos
contaban con depósitos de decantación, a veces muy numerosos y de pequeño
tamaño, pero otras muy grandes, enormes. Sin embargo, en contra de la creencia
común, estos depósitos no almacenaban el agua para regular los caudales, es
decir, no eran almacenes de agua. El mismo caudal que entraba en ellos, a veces
muy grande, salía una vez decantado. Los caudales que no se consumían, se
aliviaban para la limpieza del alcantarillado.
Las labores topográficas en los
abastecimientos romanos eran complicadas pero muy precisas, al igual que los
instrumentos utilizados. En este sentido, instrumentos topográficos como el
corobate o la dioptra, requieren una revisión interpretativa, ya que los
propuestos hasta hoy son prácticamente inservibles para esta misión. La
interpretación del corobate en forma de mesa, procedente de Perrault en el
siglo XVII, no se sostiene desde una traducción correcta de los escritos de
Vitruvio.
El abastecimiento de aguas a las
poblaciones en el mundo romano era una necesidad política y sanitaria. Al ser
inexcusable para el mantenimiento del modo de vida romano, la dotación de agua
a las poblaciones se resolvía incluso antes que otras de las obras públicas
también muy necesarias para el desarrollo de la ciudad. No en vano, Plinio nos
dejó escrito que “son
las aguas las que hacen la ciudad”[1].
La posibilidad técnica del abastecimiento de agua potable a las ciudades
condicionaba en la mayoría de las ocasiones el propio establecimiento de estas,
incluyendo la posición exacta del núcleo urbano.
Vitruvio apunta claramente la
necesidad de encontrar aguas en suficiente cantidad y calidad que posibilitase
el desarrollo de la ciudad, así como la forma de comprobar su calidad, la de
conducirla y la de distribuirla[2].
Para los gobernantes romanos el abastecimiento de agua se convertía en una
prioridad, de forma que un servicio esencial como éste era cuidadosamente
procurado, legislado y administrado. Los gobernantes lograban el respeto y la
admiración de la población mediante la construcción de obras públicas y, entre
ellas, las destinadas al suministro de agua, contaban con el mayor de los
aprecios. El efecto benefactor que sobre el pueblo tenían los acueductos, era
la mejor publicidad que gobernantes y potentados podían hacerse en aquella
época y desde luego no desaprovechaban la ocasión de perpetuar el hecho en
inscripciones colocadas al efecto.
Esplendidas arquerías con inscripción publicitaria fácilmente sustituible por un sifón con tuberías. Pero precisamente, el paso de la vía de Éfeso a Magnesia, requería publicitar esta obra con la leyenda: “C. Sextilius Pollio, Offilia Bassa, su mujer C. Offilius Proculus, y sus hijos, reunieron sus recursos para construir este puente”. Unas tunerías bajo el camino no habrían glorificado a nadie.
Las obras de conducción de las
aguas, desde su lugar de origen hasta el lugar de distribución o depósito, eran
muchas veces técnicamente complicadas y siempre costosas. Pero, la población,
no apreciaba convenientemente estas realizaciones si finalmente quedaban
ocultas, como ocurría la mayoría de las veces. Tal vez, por estos motivos, en
no pocas ocasiones se optaba por vistosas obras dudosamente necesarias, pero de
un efecto publicitario indudable. Son muchos los casos en los que las grandes
arquerías podrían haberse sustituido por sifones mediante tuberías, igualmente
eficaces y más baratos de construir.
Es necesario insistir aquí en la
cuestión fundamental de la calidad del agua de boca como el factor
prioritariamente buscado por los romanos para el abastecimiento. En los textos de Frontino vemos hasta qué punto fue
importante la calidad y el sabor del agua en Roma, problema que llegó a ser
considerado asunto de Estado. Del mismo modo, encontramos en estos textos
muchas de las técnicas empleadas para conseguir la mejor de las calidades en la
captación, o destinar a los usos más convenientes las aguas que no eran las
mejores.
Los
romanos buscaban el agua de mayor potabilidad, entendiendo con ello la que en
origen era la más clara, la más fría, la captada a mayor altura y la de mejor
sabor. A continuación, insistían en conservar estas cualidades a toda costa,
cubriendo los canales y evitando los rayos solares, impidiendo el arrastre de
sólidos mediante la disminución de la velocidad del agua y eliminando el
contacto con materiales erosionables.
De esta forma, han
surgido tesis que vienen a confirmar estos afanes imperiales que nos describe
Frontino. Tras un estudio técnico-constructivo que concluye que las presas de
Mérida no son de origen romano, la duda se acaba
extendiendo de forma razonable a poner en cuestión el destino del agua
represada, estancada, o de mala calidad, para el consumo humano en el mundo
romano[3].
Los
textos clásicos apoyan continuamente el celo de los técnicos romanos para
preservar la salud de la población. Vitruvio, libro
VIII, 3[4]: “Por todo
esto, debe ponerse la máxima atención y habilidad en buscar y elegir bien los
manantiales para proteger la salud de los humanos”. Paladio, I, 4[5]:
“La salubridad del agua se reconoce así: ante todo que no proceda de
estanques o charcas...”
Por tanto, debemos
considerar acertada la conclusión de que el agua de boca en el mundo romano era
buscada fundamentalmente en manantiales de calidad, en galerías de captaciones
hechas al efecto, o en aguas de montaña, frías y de calidad, captadas a partir
de pequeños lagos o arroyos de montaña. Los pozos solo cubrirían los
abastecimientos sin posibilidad de proceder de las captaciones anteriormente
mencionadas. Las presas, como agua estancada que son, no solían reunir la
calidad suficiente para la función sanitaria buscada y, si en algún caso la
reunían, esta calidad, no era ni permanente ni comprobable por la tecnología
romana, que para estos casos se basaba en métodos empíricos. Existiendo la posibilidad
de captar de manantiales y la técnica suficiente para traer el agua de muy
lejos, en ocasiones de lejísimos, el riesgo de confiar la salud de la población
al agua embalsada, por buena que fuera, era muy alto y con ello alejado de los
usos, la inteligencia y el pragmatismo romano.
Las
presas y el agua de riego
El papel de las presas en el
mundo romano, tampoco está suficientemente clarificado hoy. Dado que las
últimas investigaciones parecen evidenciar que el almacenamiento de agua no era
para el consumo humano, solo se encuentra sentido a estas estructuras por su
uso para la agricultura, en los regadíos de grandes extensiones. Las grandes
parcelaciones agrícolas del mundo romano ocupaban terrenos llanos y
perfectamente regables, muchos de los cuales aún hoy cumplen con esa misión.
La irrigación supuso un aumento espectacular
de la riqueza agrícola y la posibilidad de producir en grandes cantidades
especies alimentarías de gran valor, las variedades hortofrutícolas del momento.
El mercado generado a partir de estas producciones creó zonas de enorme riqueza
donde antes apenas sobrevivía una menguada población indígena. En muchos casos,
se conocen grandes presas romanas presentes en el terreno y, sin embargo, la
zona regable o la huella de las parcelaciones, se desconoce.
En España, las presas claramente
romanas, como ocurre con las otras estructuras de esta época, son muy escasas,
mucho más escasas que las que se suponen como tales[6]. Entendemos
como claramente romanas, aquellas que se ajustan en su fábrica a los
procedimientos constructivos de esta época.
El caso de la presa de Almonacid
de la Cuba (Zaragoza), con una capacidad de embalse de seis millones de metros
cúbicos y una pared de cierre de treinta metros de altura, se calcula que
regaba más de siete mil hectáreas[7].
Probablemente una de las presas más altas del orbe romano, aunque la mayor
parte de la fábrica que se ve, no la consideramos romana, sino fruto de
recrecimientos posteriores.
De entre las presas
verdaderamente romanas, conocidas en España, solo podemos ocuparnos por su
certeza de esta datación de la de Almonacid de la Cuba (Zaragoza) y de la de
Muel (Zaragoza). La romanidad de Proserpina y Cornalvo, en Mérida, se ha puesto
en duda recientemente[8],
con criterios bien fundados. Otras muchas, que hoy se consideran romanas en
España no reúnen características estructurales ni datos suficientes para
considerarse como tales. Y no faltan aquellas en las que reformas o
ampliaciones posteriores enmascaran o dificultan la identificación de la parte
romana. Como el caso de la presa situada en la ciudad romana de Andelos
(Navarra), que hoy se promociona como de abastecimiento romano de agua de boca
a aquella ciudad[9],
aunque no se corresponde en absoluto con las características de una fábrica
romana.
Es necesario plantear claramente
que, el número de presas consideradas romanas, principalmente en España, es
enorme. Pero, realmente, las pruebas de tal extremo son prácticamente nulas,
además de no responder ninguna de ellas a modelos constructivos romanos. Los
propios argumentos de algunos de los autores que defienden pertinazmente la finalidad
de las presas romanas para el abastecimiento de agua de boca[10], se
retroalimentan en estos datos afirmando: “Los estudios más actualizados que
conocemos sobre el tema, señalan la existencia de 73 presas o azudes de origen
romano en territorio español”[11].
Hay que pensar por tanto que, otras muchas presas antiguas del orbe
mediterráneo que se hacen pasar por romanas, requerirán en un futuro próximo de
un estudio pormenorizado que determine la asignación, o no, al grupo de las
estructuras claramente romanas.
Conducir el agua.
El agua rodada.
Los
ingenieros saben que el compromiso existente entre la velocidad del agua en los
canales y la durabilidad de la obra responde a un equilibrio difícil de
mantener. La velocidad del agua en los canales depende directamente de la
pendiente del fondo de estos. A mayor pendiente, mayor velocidad. La rugosidad
del perímetro mojado también condiciona la velocidad, pero en mucha menor
medida.
En
el mundo moderno también existen canales y acequias que se arruinan con facilidad,
por defectos de diseño derivados de la pendiente, o de otros factores que
provocan regímenes turbulentos del agua. Las reparaciones, siempre costosas,
obligan al revestimiento con materiales más resistentes y duraderos.
Asombra
leer como Plinio[12] en su historia Natural (XXXI,) indica que: los
canales deben ser lo más sólidos posible y con una pendiente de no menos de un
cuarto de pulgada por cada cien pies de longitud. Esta pendiente,
extraordinariamente pequeña, equivale a 20 centímetros de caída por cada
kilómetro, un 0.02 %. A pesar de esto, es la pendiente más frecuente en los
canales romanos conocidos. De hecho, canales como el de Nimes (Francia), con 52
km de longitud, apenas la supera y mantiene pendientes menores en gran parte de
su recorrido.
En
contra de lo que se ha creído hasta hoy, la formación de concreción calcárea en
los acueductos no suponía necesariamente, en sí misma, la amortización del
mismo. El mantenimiento constante del acueducto era una realidad, en los
momentos en los que la administración romana estaba vigente. Se conocen, en
algunos de los acueductos de Roma, labores de repicado de la propia concreción
calcárea para liberar la sección del mismo. No ocurrió lo mismo en el
acueducto de Nimes (Francia), o en el de Colonia (Alemania). Aquí,
probablemente en las épocas de crisis de finales del Imperio, con la
administración estatal ya desaparecida, o sin técnicos competentes que
resolvieran la situación, la falta de las labores de conservación evitaron la
retirada de la concreción calcárea, o la adopción de otras medidas que evitasen
la muerte del acueducto.
Siempre
se disponían pozos de registro regularmente repartidos para facilitar el
mantenimiento del canal. En las galerías excavadas en la roca, además, estos
pozos servían para facilitar la excavación simultánea en varios frentes y la
retirada de los materiales. También servían para ventilar el conducto, para facilitar
el replanteo de la obra a través de la introducción de las principales
alineaciones (mediante cuerdas y plomadas) y, finalmente, para balizar en
superficie el trazado, controlando la zona de afección del acueducto.
El
control geométrico que el ingeniero romano disponía de estos canales
subterráneos era casi total. Hoy mismo, revestiría una gran dificultad el replanteo
de galerías estrechas de varios kilómetros de longitud. Pero, en el mundo
romano, se sabe de la existencia de varias de ellas de una impresionante
longitud. El canal de Albarracín a Cella (Teruel), tiene una galería de cinco
kilómetros de longitud, registrada toda ella con pozos de hasta 60 m de altura[13]. Esta
longitud, es comparable a la de la galería al que sirvió para drenaje del lago
Fucino (Italia), de 5,64 km, realizado en tiempos de Claudio, aunque aquél se
construyó con pozos de hasta 122 m de altura[14].
Existen mayores longitudes de túneles en el Imperio, por ejemplo, sabemos que
el del acueducto de Aix-en-Provence (Francia) tiene unos siete km de longitud y
pozos de 80 m de altura[15]. El
acueducto de Drover-Bergh-Tunnel (Alemania) apenas tiene uno de 1,66 km, pero,
se sospecha que, el de Bolonia (Italia), tiene hasta unos 20 km de túnel
ininterrumpido[16]. Finalmente, se ha
descubierto hace pocos años por el profesor de Hidromecánica de la Universidad
de Darmstadt, Matthias Döring, que el acueducto de Gadara (Jordania) tenía 106
km de túnel. Prácticamente todo el acueducto es una galería ininterrumpida.
Final
de la excavación en terreno rocoso e inicio del revestimiento abovedado de la
galería, que progresa en terrenos sueltos. Galería del acueducto del Gier, en
la llamada Cave du Curé, en Chagnon (Francia).
Cuando los caudales eran menores, o la ocasión aconsejaba la solución técnica de conducción forzada, se recurría a las tuberías. Estas podían ser fundamentalmente de cerámica, de plomo o de piedra. En ocasiones, toda la conducción se desarrollaba por tubería a presión. Otras veces, solo era un tramo el que se realizaba con esta solución.
Instantánea
del gran sifón de Patara (Turquía), con tubería de piedra.
Los
sifones se resolvían siempre mediante tubería o grupos de ellas. Disponían de
fábricas específicas para la sujeción al terreno de las tuberías, si así lo
requería la presión que debían soportar (altura de agua). Estos elementos
técnicos, en contra de lo que habitualmente se piensa, fueron muy habituales en
el abastecimiento de las ciudades, y en algunos casos con magnitudes espectaculares.
Rara
vez han llegado hasta nosotros los tubos de plomo romanos. Los que quedaron en
superficie se saquearon tras la caída del Imperio por el valor del metal. De los
miles de toneladas de tubería de plomo que componían los cuatro sifones gigantes
del acueducto del Gier con destino a Lugdunum, actual Lyon, no se ha
encontrado ni rastro de este preciado metal. Solo ha pervivido en el propio
nombre de la ladera sobre la que se sustentaba uno de los sifones, el de
Genilac, hoy llamada “la Plombière”.
Decantación
Los
romanos no tenían posibilidades de depurar el agua desde el punto de vista
bacteriológico o químico y de ninguna forma podían arriesgarse a que el agua
tuviera contaminantes de ese tipo.
Por
ello, se procuraban cámaras especiales donde se forzaba la disminución brusca
de la velocidad del agua, ensanchando repentinamente la sección del canal. De
esta forma las partículas en suspensión se sedimentaban en el fondo,
decantando. Para un caudal constante, el aumento de la sección en proporciones
enormes, que es lo que ocurre cuando un canal entra en un gran depósito,
disminuye la velocidad en la misma proporción. Si, además, se obliga a circular
al agua con un régimen lentísimo, durante mucho tiempo, la eliminación de
sólidos en suspensión será total. El agua se convertiría así en cristalina, por
muy turbia que llegase al depósito.
En
ocasiones, el propio depósito se constituía en sí mismo como una gran obra de
ingeniería por su inmenso tamaño. Es famoso el caso de Cartago (Túnez), donde el
inmenso decantador estaba formado por quince cámaras paralelas, alargadas, de
7,4 x 102 m de longitud cada una. Un auténtico coloso con un volumen de cerca
de 60.000 m3. En estos casos, mientras algunas cámaras se limpiaban
de los fangos del fondo, otras permanecían llenas, decantando.
En
contra de lo que se cree comúnmente, parece demostrarse ahora que en el mundo
romano no se almacenaba el agua. Estos inmensos depósitos no eran almacenes
(reguladores de caudal), si no que su misión era, simplemente, decantar y
depurar de sólidos el agua. Cada litro que entraba en estos decantadores,
siempre por la parte superior de las cámaras, salía por el otro extremo, de
nuevo por la parte superior. A veces tardaba días en efectuar el recorrido, a
velocidad prácticamente cero. Éste y no otro es el secreto de la decantación. Quienes
defienden que estos depósitos eran almacenes (aljibes), no consideran que el
caudal aportado por el acueducto (a veces por varios de ellos) era enorme, y
muy constante durante todo el año. Estos depósitos solo tienen salidas
inferiores en raras ocasiones para desagüe de fondo, para la limpieza, que no
para el aprovechamiento de agua almacenada, que además estaría llena del fango
decantado. Este tipo de postulados derivan de la tradicional falta de
intervención de técnicos competentes en la materia, que se hayan ocupado de
estos extremos, cuestión por la que en ocasiones se asigna a la técnica
hidráulica romana unas capacidades muy inferiores a las que realmente tenia.
Vista interior de una de las cámaras decantadoras de Cartago (Túnez). Foto: J. C. Litaudon.
Por
lo tanto, la regulación de los caudales, prácticamente no existía en la mayoría
de los abastecimientos de agua potable a las poblaciones romanas. El agua que
se captaba de los manantiales, llegaba al decantador, quedaba limpia y salía de
él, se distribuía por tubería, y se desaguaba finalmente a través de las
fuentes y de los puntos de consumo, llegando finalmente hasta los sistemas de
cloacas un volumen casi igual que el que había entrado por el acueducto. El
agua necesitaba tener una salida en las horas de menor consumo, cuando los
grifos de las casas permanecían cerrados, o cuando los baños públicos cerraban.
Aunque en las piscinas de las termas el flujo era constante, podían hacerlo
disminuir en las horas de menos uso, mediante el cierre de válvulas.
Por
las noches, los aliviaderos de la red de distribución funcionaban al máximo. En
algunos puntos, el canal aliviaba directamente a las cloacas cuando el calado
superaba ciertos límites al no ser consumido. Pero, el gran número de fuentes
dispuestas por la ciudad, cumplían también con ese cometido. Entre todos estos
puntos, cumplían una nueva misión no menos importante que asegurar el consumo,
y mencionada en sus escritos por Frontino, la limpieza a fondo de la red de
alcantarillado.
Pero,
¿realmente existían casos en los que los romanos almacenasen el agua de boca?
Atención a estas palabras de Plinio[17]: “Los médicos investigan que tipos de aguas son las más adecuadas para el consumo.
Condenan con razón las estancadas e inmóviles, considerando mejores las que
fluyen, que se purifican y mejoran con el recorrido y la agitación, por eso me
causa asombro que algunos den su aprobación entusiasta a las aguas de cisterna…
Los médicos reconocen que el agua de cisterna es inadecuada para el vientre y
la garganta por su dureza y que hay en ella más limo y más insectos repugnantes
que en las demás”.
De
esta forma, y atendiendo a este nuevo punto de vista de la gestión de los
caudales de abastecimiento romanos, no encontraremos muchos casos de depósitos
que puedan considerarse de almacenamiento (reguladores). La mayoría de los que
hasta la fecha se han considerado como tales, son meros
decantadores-distribuidores, ya sean grandes o pequeños. Depósitos claramente
reguladores, auténticos almacenes de agua, pero poco significativos para la
ingeniería romana por tratarse ya de periodos de la antigüedad tardía o
altomedieval, son las cisternas de Constantinopla. Entre las numerosas
cisternas que se construyeron en la ciudad, en tiempos de Justiniano, en el
siglo VI, destaca la de Yerebatan, o Casa de la Medusa, con 80.000 metros
cúbicos de capacidad. Respondió, esta necesidad, a los sucesivos asedios de los
periodos inestables que sufrió la ciudad, al deterioro de los acueductos
imperiales heredados y, en buena parte, a la caída tecnológica que impedía
dotar a la ciudad de nuevos acueductos o reparar los destruidos. La propia
cisterna de Yerebatan, se construyó con los despojos de los formidables monumentos
paganos, condenados por el cristianismo, pero construidos con un nivel técnico
y científico prácticamente muerto, tanto como el resto de la ciencia y la forma
de vida de la Roma Eterna. La primera gran epidemia de peste negra conocida en
Constantinopla, es coetánea a la construcción y al empleo de esas cisternas. Se
daba así el pistoletazo de salida a la miseria técnico-científica medieval tras
la muerte de la ingeniería sanitaria romana, que no pudo ser superada nunca
hasta nuestros días. En efecto. El almacenamiento de los ya escasos volúmenes
de agua dejó sin saneamiento el enorme alcantarillado de Constantinopla,
convirtiéndose así en un gigantesco nido de ratas y estupendo caldo de cultivo
para la expansión de la bacteria yersinia pestis. Ratas y pulgas
llevaban hasta el hombre la espantosa enfermedad que llegó a diezmar Europa
durante siglos.
La clave
topográfica
De
la observación y del análisis detenido de las obras de abastecimiento de aguas
que hasta nosotros han llegado, hemos deducido las técnicas de captación y
canalización empleadas por los romanos, sus características constructivas, los
materiales empleados y su excelencia en general. Estos acueductos funcionaron
durante tres o cuatro siglos con un alto grado de eficacia, permitieron la salud
de la población y la supervivencia de una civilización muy avanzada en todos
los campos de la ciencia. Pero es que, realmente, fue la ciencia misma la que
permitió la existencia de estas canalizaciones.
Las
labores de nivelación de estos canales, muchas veces de varias decenas de
kilómetros, revisten una notable dificultad, incluso para los instrumentos
ópticos que modernamente hemos manejado en la técnica topográfica. Los
resultados obtenidos por los romanos sólo son posibles mediante una nivelación
científica rigurosa. Es obligado conocer con precisión técnicas avanzadas de
topografía, así como la forma del planeta Tierra, sus dimensiones, y la
influencia que éstas tienen en las nivelaciones de gran longitud[18]. Siendo
necesario conocer todo esto, es imprescindible también contar con aparatos de
precisión que permitan recoger los datos altimétricos principales para el
estudio y proyecto del acueducto, así como el traslado al terreno el necesario
replanteo de la obra[19].
Se conocía con precisión la influencia de la esfericidad de la tierra en la
nivelación de las aguas, al menos desde su postulado por Arquímedes[20]. Ya se
sabía que trabajar con visuales largas, en las labores de nivelación,
ocasionaba errores mayores que cualquier otro a considerar.
La
instrumentación utilizada para la nivelación de las aguas era variada. Se sabe
que la Dioptra se usaba para fines de nivelación, pero, como el mismo Vitruvio
nos anuncia, en las nivelaciones de precisión era utilizado el corobate. Ambos
instrumentos han sido objeto de interpretación en los últimos siglos, ya que
solo unos pocos textos clásicos los describían vagamente. Después de
comprobar el poco acierto de las reconstrucciones hasta ahora propuestas, con
aparatos resultantes totalmente ineficaces, nosotros hemos realizado la
reconstrucción de ambos aparatos siguiendo las descripciones de los textos
clásicos disponibles. Así, hemos comprobado que tanto la Dioptra[21], un
verdadero teodolito de la antigüedad, como el corobate[22], tenían
una precisión y una eficacia admirables y en todo caso, suficiente, para su uso
en los grandes retos de la obra pública que los romanos nos legaron.
La clave del error introducido por Claude Perrault[23] en el siglo XVII, fue interpretar la palabra “ancones” como patas, cuando la traducción correcta es “ménsulas”. Los otros autores que dibujaron el corobate en las traducciones de Vitruvio del siglo XVI, describen el corobate correctamente, con ménsulas en sus extremos.
La clave del error introducido por Claude Perrault[23] en el siglo XVII, fue interpretar la palabra “ancones” como patas, cuando la traducción correcta es “ménsulas”. Los otros autores que dibujaron el corobate en las traducciones de Vitruvio del siglo XVI, describen el corobate correctamente, con ménsulas en sus extremos.
Dioptra
reconstruida y patentada por nosotros. Expuesta y presentada con frecuencia en
los sucesivos actos de Tarraco Viva, en Tarragona y en otros similares de
Segovia, etc.
Las
pruebas a las que hemos sometido al nivel romano, en directa competencia con el
nivel moderno dotado de óptica, han dado como resultado una precisión
comparable entre ambos y por tanto adecuada para las más difíciles de las
nivelaciones como las que hemos mencionado.
Esquema
de funcionamiento del corobate descrito por Vitruvio. Reconstruido, ensayado y
patentado por nosotros en 2004. “El corobate es una regla recta de
aproximadamente veinte pies de largo (unos 5,92 m). En los extremos
posee unas ménsulas que se corresponden con exactitud, poseen la misma medida y
están fijadas en los extremos de la regla formando un ángulo recto”. VTRUVIO:
De Architectura libri decem, liber VIII, cap. V, 1.
Conclusiones:
Nos
quedan por descubrir muchos acueductos romanos cuyas características nos
asombrarán de nuevo. Muchas de las técnicas utilizadas aún nos permanecen
ocultas ante la falta de un análisis riguroso de estas obras.
Aún
no sabemos si la elevación del agua por medios mecánicos fue habitual en el
mundo del abastecimiento de aguas romano. A pesar de la escasa rentabilidad de
este medio, en una civilización cuya tecnología permitía conducir por gravedad
el agua a lugares inverosímilmente altos, hemos conocido grandes depósitos de
agua situados decenas de metros sobre la cota de llegada del impresionante
canal romano excavado en la roca, en la ciudad de Vxama[24].
Las
asociaciones entre los depósitos encontrados y las distintas canalizaciones
conocidas o por conocer, no están resueltas en la mayoría de las ciudades
romanas en las que al menos han aparecido algunos de los otros elementos del
acueducto. En otros casos, no se ha resuelto el emplazamiento de las fuentes, o
el trazado de gran parte de la canalización. Y, en la gran mayoría de las
ciudades romanas, no se ha resuelto ninguna de las incógnitas que intervienen
en el problema.
Pero
ciertamente solo un alto nivel científico y tecnológico posibilitó estas
realizaciones, y desde estas premisas deberán acometerse los estudios de los
acueductos romanos, así como de todos los campos de la ingeniería de esa época
en general, si se quiere avanzar de forma seria en el conocimiento de la
civilización romana.
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· HEREZA, J. I., ARENILLAS, M., DÍAZ-GUERRA, C., CORTÉS, R., BELTRÁN, M., VILADÉS, J. M., SESMA, A., UTRILLA, J., LALIENA, C. 1996: La Presa de Almonacid de la Cuba.
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· MORENO GALLO, I. 2010: Análisis técnico y constructivo del acueducto romano de Albarracín a Cella. Las técnicas y las construcciones de la Ingeniería Romana. V Congress of the Obras Públicas Romanas. Córdoba, 2010.
· PALADIO: Tratado de Agricultura. Biblioteca Clásica Gredos, nº 135. Traducing Ana Moure Casas (1990).
· PERRAULT CLAUDE, 1673: Les Dix Livres d’architecture de Vitruve, corrigez et traduits nouvellement en françois avec des notes et des figures.
· PLINE L'ANCIEN. Histoire Naturelle.
· VITRUVIUS: De Architectura libri decem.
[1] Plinio el Viejo.
Historia Natural, XXXI, 4.
[2] VITRUVIO. Libro
VIII. Los diez libros de arquitectura.
[3] Feijoo Martínez, S. 2005: Las presas
y los acueductos de Agua Potable, una asociación incompatible en la Antigüedad:
El abastecimiento en Augusta Emerita. Published in Augusta Emerita.
Territorios, Espacios, Imágenes y Gentes en Lusitania Romana. Nogales
Barrasate, T. 2005 (Ed. científica). Mérida (Spain).
[4] VITRUVIO. Los
diez libros… ob. cit.
[5] PALADIO: Tratado de Agricultura. Biblioteca Clásica Gredos, nº 135. Traducción
Ana Moure Casas (1990).
[6] La literatura
existente al efecto, como ocurre con otras estructuras, data como romanas casi
todas las presas antiguas sin documentación o cuyo origen no ha sido probado en
una época determinada. A modo de resumen, puede verse el gran número de presas
supuestamente romanas, aunque olvida la de Muel que sí que lo es, recogidas en
la obra:
Díez-Cascón Sagrado, J y Bueno Hernández, F. 2003: Las presas y embalses en España. Historia de una necesidad. I. Hasta 1900. Ministerio de Medio Ambiente.
Díez-Cascón Sagrado, J y Bueno Hernández, F. 2003: Las presas y embalses en España. Historia de una necesidad. I. Hasta 1900. Ministerio de Medio Ambiente.
[7] Hereza, J. I., Arenillas, M., Díaz-Guerra, C.,
Cortés, R., Beltrán, M., Viladés, J. M., Sesma, A., Utrilla, J., Laliena,
C. 1996: La Presa de Almonacid de la Cuba.
[8] Feijoo Martínez, S. 2005: Las presas
y los acueductos de Agua Potable, una asociación incompatible en la Antigüedad… ob. cit.
[9] MEZQUÍRIZ IRUJO,
M. A. 2004, pp. 287-318: De hidráulica romana: el abastecimiento de agua a
la ciudad romana de Andelos. En: Trabajos de arqueología navarra, Nº 17.
[10] Aranda Gutiérrez, F. 2006: Las
Presas de Abastecimiento en el marco de la Ingeniería Hidráulica Romana. Los
casos de Proserpina y Cornalbo.
[11] CASTILLO BARRANCO,
J. C., ARENILLAS PARRA, M. 2002: Las presas romanas en España. Propuesta de
inventario. I Congreso de Historia de las Presas. Libro de actas.
Diputación de Badajoz.
[12] Pline l'Ancien.
Histoire Naturelle. XXXI, 31 (VI.) 1. Traduction française: É. Littré.
[13] MORENO GALLO, I.
2010. Análisis técnico y constructivo del acueducto romano de Albarracín a
Cella. Las técnicas y las construcciones de la Ingeniería Romana. V Congreso de
las Obras Públicas Romanas. Córdoba,
2010.
[14] DURAND-CLAYE, A. 1978 : Mèmoire sur le desséchement du Lac Fuccino. Paris, Dunod. Annales des
Ponts et Chaussées, XV.
[15] LEVEAU, P. 2006, pp.
93-108 : Les aqueducs d’Aquae Sextiae et la gestion de l’eau sur le
territoire de la cité. Extrait de MOCCI Florence et NIN Nuria, Aix en
Provence. Pays
d’Aix-Val de Durance (13-4). Paris. Maison des Sciences de l’Homme.
[16] GIORGETTI, D. 1985, pp.
37-107: L’acquedotto romano di Bologna: l’antico cunicolo et i sistema di
avanzamento in cavo cieco. Acquedotto 2000. Bologna. L’acqua del duemila ha
duemila anni.
[17] Plinio el Viejo
(XXXI, 21, 31, 34): Historia Natural.
[18] MORENO GALLO, I.
2004, pp. 25-68: Topografía Romana. II Congreso Europeo Obras Públicas
Romanas. Tarragona, octubre de 2004. Libro de Ponencias. Tarragona.
[19] Ídem.
[20] Asunto mencionado por
VITRUVIO: De Architectura libri decem, liber VIII, cap. V, 3: “Quizá algún
lector de las obras de Arquímedes dirá que no se puede hacer una nivelación
fiable por medio del agua, porque Arquímedes sostiene que el agua no tiene una
superficie horizontal, sino que es de forma esférica y tiene su centro en el
centro de la tierra”.
[21] MORENO GALLO, I. 2006,
pp. 357-367: Dioptra.Nuevos
Elementos de Ingeniería Romana. III Congreso Europeo Obras Públicas Romanas.
Astorga, octubre de 2006. Libro de Ponencias.
[22] MORENO GALLO, I.
2004, pp. 25-68: Topografía Romana… ob. cit.
[23] PERRAULT CLAUDE,
1673: Les Dix Livres d’architecture de Vitruve, corrigez et traduits
nouvellement en françois avec des notes et des figures.
[24] GARCÍA MERINO, C.
2006: Avance al estudio del acueducto de Uxama. Nuevos Elementos de
Ingeniería Romana. III Congreso Europeo Obras Públicas Romanas. Astorga,
octubre de 2006. Libro de Ponencias.